Comunicación clara y adaptada a la edad
No todos los niños comprenden la información de la misma manera. La edad, la madurez emocional y las experiencias previas influyen en cómo procesan lo que escuchan. Por ejemplo, un niño pequeño necesita explicaciones sencillas, concretas y apoyadas en ejemplos visuales o cotidianos. En cambio, un adolescente requiere mensajes más profundos, donde se respeten su capacidad de razonar y de cuestionar.
La clave está en ajustar el lenguaje: ni infantilizar en exceso, ni dar información compleja que genere confusión o ansiedad. Una comunicación clara transmite seguridad y demuestra que confiamos en su capacidad para entender.
La regla general es cuanto más pequeño, menos comunicación y más control (más clara y concisa) y cuando más mayor se incrementa la comunicación y el control. A veces, como adultos pensamos que debemos razonar mucho con los pequeños, intentamos convencerlos de lo que tienen que hacer hablándoles en exceso. De los 0 a los 7 años necesitan órdenes claras, concretas y mucho acompañamiento. A partir de los 7 años, el lenguaje se puede incrementar, siendo mucho más reflexivo, negociando etcétera.
La idea es que como adultos transmitamos información según la capacidad lingüística del hijo o hija. Si mi hija de un año y medio puede hacer frases cortas de 3 palabras, convendrá que como adultos hablemos de forma más escueta para que nos entienda.
En cambio el adolescente tiene una riqueza lingüística muy parecida al del adulto. Con ellos nos podemos extender, utilizar una comunicación mucho más rica y fluida.
Escucha activa y validación emocional
Información honesta y sin tabúes
Muchos padres se preguntan cuánto deben contar a sus hijos sobre temas sensibles como la muerte, la sexualidad, los problemas familiares o las dificultades económicas. La recomendación es ser honestos, pero con tacto y según la edad del niño. Ocultar información puede generar más inseguridad que compartirla con cuidado.
Hablar de la sexualidad, por ejemplo, no significa dar todos los detalles desde temprano, sino responder con naturalidad las preguntas que surgen, sin juicios ni silencios incómodos. Lo mismo ocurre con temas complejos: ofrecer explicaciones simples, centradas en hechos y emociones, ayuda a que los niños comprendan y se sientan acompañados.
Es importante, sobretodo con los temas que habitualmente son un tabú, hablar con palabras muy claras y representativas. En sexualidad, por ejemplo, debemos evitar decir palabras como “la flor” (y llamarle vulva) y en referencia a la muerte, evitar frases del tipo “se ha ido, está dormido” y decir simple y llanamente que tal persona ha muerto. Podemos dar una explicación (su cuerpo estaba enfermo y no ha resistido más) pero no extendernos mucho, en función de la edad del pequeño.
Comunicación positiva y respetuosa
El tono con el que hablamos es tan importante como el contenido. Una comunicación basada en gritos, reproches o sarcasmos afecta la autoestima del niño y deteriora la relación. En cambio, usar un lenguaje respetuoso, alentador y empático fomenta la cooperación y fortalece la conexión.
La disciplina positiva propone sustituir frases como “¡Siempre haces lo mismo!” por alternativas constructivas como “Entiendo lo difícil que es, vamos a buscar juntos otra forma de hacerlo”. Este tipo de comunicación no solo corrige la conducta, sino que también enseña habilidades para la vida.
Pilares de la comunicación positiva y respetuosa:
- Escucha activa: sin pensar en lo que le vas a decir. Escúchale para interesarte por él o ella.
- Validación emocional: las emociones no se juzgan, ya que en la mayoría de ocasiones no se pueden evitar.
- Lenguaje claro, libre de juicios y etiquetas.
- Claridad en función de la edad. Hablar claro, sin tapujos, en función de la edad y del vocabulario adquirido.
- Coherencia entre lo que se dice y se hace.
- Fomentar la cooperación en lugar de la obediencia ciega.
- Dar espacio para expresarse y equivocarse.