1. Búsqueda de identidad y necesidad de separación
2. Comunicación basada en el control
Muchas relaciones se deterioran porque los padres, desde el miedo o la preocupación, adoptan una postura autoritaria. Frases como “mientras vivas en esta casa harás lo que yo diga” o “no tienes edad para decidir” pueden cortar la comunicación. El adolescente necesita sentirse escuchado y respetado, incluso si aún no tiene la última palabra. Cuando solo hay imposición y poco diálogo, es fácil que se genere distancia, rebeldía o incluso mentiras.
Creencias erroneas de los padres de que la vida de sus hijos les pertenece, o bien el duelo entre lo que querría que mi hijo fuese y lo que realmente es, es lo que nos impide conectar con ellos. Los hijos a menudo, se hinchan a recibir órdenes y lo que necesitan más en estas etapas, es comprensión.
La regla es que en la infancia haya más control y menos comunicación y esta relación se vaya invirtiendo con los años. A ello no me refiero con que no hablemos con nuestros peques, pero a veces negociamos demasiado y utilizamos más comunicación de la que puede asimilar el niño o niña. En cambio los adolescentes necesitan más comunicación.
También suele ser habitual hacer preguntas de respuesta monosilábica: “¿cómo te ha ido el día?”. Respuesta: “bien”. Si hacemos preguntas más abiertas (ejemplo: dime algo bonito que te haya pasado durante el día y algo que no te haya gustado tanto), es más fácil que se abran más.
3. Falta de conexión emocional previa
En algunos casos, la adolescencia no es la causa del conflicto, sino el momento en que se hace visible. Si en la infancia no se cultivó una relación de confianza, escucha y afecto, es más difícil sostener el vínculo cuando llegan los desafíos adolescentes. El joven no tiene un referente emocional seguro, y la relación puede tornarse superficial, distante o conflictiva.
Como decía anteriormente, nos centramos en dar órdenes y nos olvidamos de conectar. Cuando conectamos en primer lugar, el adolescente se siente visto, siente que lo entendemos y es mucho más fácil que nos escuche.
En general, cuando hablamos de conexión, nos referimos a interesarnos por ellos, como son como personas, que les sucede, que les preocupa, que les hace felices y un largo etcétera.
Si, por ejemplo, tu hijo está enganchado a las pantallas, lejos de ordenarle que las debe dejar, primero deberíamos echar un vistazo al uso que le damos los adultos y acercarnos a ellos con la intención de saber que videos y videojuegos les gustan. Una vez hemos conectado y no nos ve como una amenaza, podemos empezar a poner límites y estructura.
No obstante, como decíamos anteriormente, es importante que se haga un trabajo durante la infancia.
4. Heridas no resueltas o patrones familiares repetidos
Los conflictos también pueden venir de dinámicas más profundas. Padres que proyectan en sus hijos sus propias inseguridades, que repiten modelos autoritarios o que no han trabajado sus propias heridas emocionales, pueden sin darse cuenta generar un entorno hostil o poco disponible emocionalmente. El adolescente, en su intento de protegerse, puede alejarse, cerrar el corazón o responder con agresividad.
En ocasiones, lo que nos impide tener una buena relación con nuestros hijos son nuestras propias creencias y lealtades a patrones que son caducos. Funcionaron quizás en el pasado (y a qué coste) pero ahora ya no funcionan. Es importante que mientras eduquemos hagamos introspección y ver qué conductas por parte de los adultos, no nos estan funcionando.