Dicen que la infancia es el período más feliz de la vida, pero no es así para todo el mundo. En lo que sí estamos de acuerdo la mayoría de profesionales que nos dedicamos a la salud mental, es que se trata de uno de los períodos más importante de la vida del ser humano, en el que adquirimos los aprendizajes que marcarán el devenir de nuestra existencia.
Es por este motivo que es tan importante saber como educar a las futuras generaciones para que sean conscientes de sus emociones, tengan herramientas para gestionarlas y sean personas empoderadas con una correcta autoestima y autoconfianza. Y eso pasa por el hecho de que los adultos los acompañemos en esta travesía tan interesante como es la vida.
El adulto, no obstante, si quiere desempeñar correctamente su labor, tiene que sanar su herida de infancia, sus creencias limitantes y traumas infantiles y así poder guiar a sus hijos partiendo de cero, sin arrastrar patrones de conducta perjudiciales.
Me di cuenta de que los miedos, la baja autoestima, la ansiedad y el estrés habían ocupado toda mi historia vital, principalmente mi infancia, así que me puse en manos de otros profesionales y me apoyé en personas cruciales para mi evolución, que, junto con mi incansable implicación, me llevaron a superar cada uno de mis problemas y, así, poder ayudar a otros a solucionar los suyos.
No obstante, todo este proceso requiere de un trabajo tanto en el presente como en el pasado para detectar y trabajar con los traumas y patrones que de los 0 a los 7 años se han instaurado en nuestra mente a través de la educación familiar recibida, sociedad, amigos, medios de comunicación etc. Patrones que sobre todo salen a la luz cuando se trata de relaciones de pareja, dinámicas familiares y educación a los propios hijos.
Descubrí entonces herramientas como la disciplina positiva, la terapia cognitivo-conductual, terapia breve estratégica y ejercicios de relajación, que han resultado ser muy poderosas y ampliamente eficaces para solucionar problemáticas relacionados con los hijos (modificación de conductas disruptivas), con dinámicas familiares y conyugales defectuosas y con uno mismo (estrés, ansiedad, gestión de emociones, habilidades sociales, baja autoestima, modificación de creencias limitantes).